Y pasó la huelga general, esa que Zapatero siempre había dicho que a él no se la iban a hacer. Se la han hecho.
Contemplando los periódicos, escuchando las emisoras, y las opiniones para todos los gustos de la gente, creo que el 29 de septiembre de 2010 la verdadera protagonista ha sido una señora muy indeseable: la violencia.
La violencia ha dominado la actualidad en Barcelona, donde grupos diversos de ocupas, antisistemas, y radicales de todo pelo han montado la de Dios es Cristo, ante la mirada casi complaciente de los mossos d’esquadra de Saura. Sí, Saura, el mismo que dijo hace unos años que el movimiento ocupa era una forma cultural diferente.
Y la violencia ha dominado las informaciones sobre la huelga, cuyos actores principales han sido los piquetes. Como de costumbre, han inutilizado cerraduras con silicona, han cortado carreteras, han impedido la salida de vehículos de cocheras, han impedido la entrada de trabajadores a fábricas, han insultado, han amenazado, han causado destrozos, y han herido a varios policías.
Se quejan los sindicatos de que la reforma laboral supone un paso atrás en los derechos de los trabajadores. Pero no quieren ver que su estilo fascistoide de imponer la huelga supone un gran paso atrás en los derechos y libertades democráticos.
Como de costumbre, volveremos a escuchar cifras dispares en cuanto al seguimiento. Los sindicatos dicen que ha sico un éxito, y la patronal que no tanto. Los periódicos califican la huelga desde “éxito moderado” hasta “fracaso absoluto”.
Pero da igual ¿qué importa cuántos trabajadores han dejado de trabajar? Eso sólo tendría sentido tenerlo en cuenta si los que no han trabajado lo hubieran hecho todos voluntariamente. Digan lo que digan, los sindicatos no miden el éxito de una huelga por el seguimiento de los trabajadores, sino por su capacidad de impedir que trabajen.
Zapatero no puede echar marcha atrás. La confianza en la solvencia de España vuelve a estar en entredicho, y una actitud dubitativa tendría graves consecuencias.
Todos salimos perdiendo con esta huelga. Los sindicatos quedan más desacreditados por los excesos de los piquetes, y por no haber reaccionado antes, impasibles ante el meteórico ascenso del desempleo. Zapatero porque está atrapado entre sus convicciones pueriles y la dura realidad de la economía mundial. España porque la imagen de conflictividad no es el mejor reclamo para los inversores. Sólo la violencia ha ganado.
¿Tiene futuro una nación en la que la violencia se impone a la razón?