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viernes, 26 de septiembre de 2014

La guerra de la comunicación


Vivimos LA era de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Cada minuto se crean millones de imputs de información, noticias, eslóganes, fotos, vídeos, que recorren en menos d eun segundo el mundo entero. Para cualquier organismo –empresa, gobierno, partido político, asociación, etc.- la comunicación es casi más importante que la producción.

Para que la comunicación resulte eficaz no basta con que cada agente individual transmita impactos de información, aunque lo haga con la mejor de las voluntades. Es imprescindible que exista una estrategia global, que contemple unos objetivos primarios y secundarios, unos plazos temporales para alcanzarlos, y unos medios para llevarlos a cabo.

La comunicación es una guerra en la que cada organismo compite con otros. En consecuencia, no es suficiente con que los soldados disparen a su aire contra todo lo que se mueve. Hay que elegir ls armas –el mensaje-. Hay que decidir dónde se emplazan –el medio-. Y a veces hay que renunciar a tomar una posición –hay que sacrificar un pelotón- para ganar una batalla. A veces, incluso hay que retirarse de una batalla, porque el objetivo máximo es ganar la guerra. Dentro de la organización, la información ascendente es vital para que el Estado Mayor pueda diseñar la mejor estrategia.

Estas elementales pautas de la guerra de la comunicación no resultan fáciles de aplicar en las redes sociales, donde cada soldado se encuentra solo con su fusil. Pero, a veces, ese soldado puede echar a perder una batalla por haber disparado a destiempo, aunque haya conseguido abatir a un centinela enemigo. A veces, un soldado puede no entender por qué recibe la orden de replegarse en un momento dado. Pero el éxito de la guerra no depende sólo del valor individual -que es imprescindible-, sino de la acción bien coordinada de todo un ejército. 

martes, 23 de septiembre de 2014

Piensa un país: el sí y el no en Cataluña

Otra de las cuestiones que se abordaron en las Jornadas “Piensa un país” fue la de las tensiones secesionistas en Europa, con especial atención a los casos de Escocia y Cataluña.

En el caso español, no deja de sorprender la velocidad con la que han crecido los impulsos separatistas en Cataluña. Es conocido que el nacionalismo catalanista viene de muy lejos, pero siempre se había plasmado en la obtención de privilegios respecto a otras regiones de España. Sin embargo, en unos pocos años se ha convertido en algo exigido por una parte muy significativa de la población de Cataluña.

Probablemente el impulso que dio el inolvidable Rodríguez Zapatero al nuevo estatuto de Cataluña propició la aceleración del proceso. Pero sigue siendo llamativo su desarrollo exponencial en los últimos dos años. Habría que contar también con el efecto de una asimetría en cuanto a la expresión en Cataluña de las posiciones favorables y contrarias a la independencia.

Los costes sociales de manifestar públicamente la oposición a la separación del resto de España son muy distintos de los de declararse partidarios de la misma. Un hipotético referéndum sobre esta cuestión podría tener dos resultados: la aceptación o el rechazo a la ruptura. En el primer caso, los partidarios de la independencia habrían conseguido sus objetivos. En caso contrario quedarían como unos esforzados patriotas que no habían logrado sus objetivos, por el momento, naturalmente.

Pero ¿qué pasa con los partidarios de que Cataluña continúe formando parte de España? Si el referéndum resultara negativo para la independencia, tendrían que seguir soportando la presión de los nacionalistas, que en ningún caso iban a abandonar sus pretensiones. En cambio, si llegara a proclamarse la independencia, los que se hubieran opuesto a ella pasarían automáticamente a ser vistos como enemigos de Cataluña, y en muchos casos más les valdría abandonar la región.

Es evidente, pues, que los catalanes que quieren continuar en España tienen mucho que perder en esta disyuntiva, mientras que los nacionalistas no arriesgan nada. Esto puede ayudarnos a entender su silencio ante lo que se viene produciendo. Y cuando sólo se oyen con fuerza las voces de unos, no es de extrañar que cada vez sean más los que se sumen a la corriente aparentemente predominante.


lunes, 22 de septiembre de 2014

Piensa un país: la vaselina fiscal

En las jornadas "Piensa un país", organizadas en Gijón por UPyD, se han abordado interesantes cuestiones relacionadas con la razón de ser de este partido: regenerar la democracia en España. Una de las ponencias trató sobre la necesidad de una reforma fiscal.

Puede que uno de los cambios más fundamentales que habría que introducir fuera el de terminar con la deliberada invisibilidad de los impuestos. Podríamos resumir la actividad de cualquier gobiernos en dos grandes apartados, directamente relacionados entre sí: por un lado la recaudación de impuestos desde los bolsillos de los ciudadanos, y por otro el empleo de ese dinero gastándolo de un modo u otro.

Tanto el modo de recaudar como el destino del gasto son los factores que diferencian a unos gobiernos de otros. Sin embargo, todos los gobiernos, de todos los partidos, coinciden en un máximo esfuerzo, el de destacar las bondades de todos los gastos que realizan. Y, curiosamente, también todos los gobiernos, de todos los partidos, coinciden  en hacer que la actividad recaudatoria sea lo más invisible que se pueda.

Las retenciones del IRPF en las nóminas están calculadas para que en la mayoría de los casos la declaración anual resulte “a devolver”. Una vez cumplimentada la declaración, el contribuyente busca la casilla más importante, la del resultado. Si se encuentra con que la Agencia Tributaria le tiene que abonar 50 euros, respirará aliviado, y apenas se fija en que esa devolución se produce después de haberle retenido 5.000 euros a lo largo del año. Si le preguntamos a cualquiera, recordará lo que ha tenido que pagar o lo que le han devuelto en junio. Pero casi nadie sabría responder con cuanto dinero ha contribuido en el conjunto del ejercicio.

Algo similar ocurre con IVA. Somos muy conscientes de que lo pagamos cuando nos presenta la factura  de la reparación del coche, pero pasa completamente inadvertido en la mayoría de los productos que consumimos diariamente. En los rótulos de las estanterías de El Corte Inglés o de Carrefour aparecen unos precios "limpios", sin ninguna mención al importe que no corresponde al valor del producto, sino a lo que el Estado se lleva para sus gastos.

Son impuestos con vaselina, que pagamos sin darnos cuenta. La consecuencia no es irrelevante, ya que anestesia la conciencia fiscal, y la vigilancia crítica sobre los gobiernos. Los ciudadanos se fijan solo en los beneficios del gasto del Estado, y exige más y más gasto.

Un gobierno que de verdad quisiera regeneral la democracia debería empezar por hacer más visible todos los impuestos, por ejemplo hacienda que en todos los precios de cualquier establecimiento se publicaran netos, y que al llegar a caja se añadiera de forma ostensible el impuesto correspondiente.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Alianzas: calidad o cantidad

Las pasadas semanas se ha producido un debate respecto a la posible alianza entre UPyD y Ciudadanos. Son muchas las personas que han votado a una de las dos formaciones, y que piensan que si concurrieran juntas a las elecciones, obtendrían más representación, lo que les permitiría introducir algunas de sus propuestas en la escena política.

Este es el enfoque cuantitativo del asunto, y está directamente relacionada con nuestra ley electoral: . Si dos partidos (A y B) obtienen un millón de votos y cuatro diputados cada uno, presentándose en coalición obtendrían dos millones de votos. Pero a causa del tamaño de las circunscripciones electorales, el número de diputados ya no serían ocho, sino probablemente de diez a quince.
El cálculo es bastante acertado –aunque también habría votantes de uno de los dos partidos que no votarían si concurrieran con el otro-. Por lo tanto, puede afirmarse que una alianza o coalizción entre UPyD y Ciudadanos obtendría unos resultados significativamente mejores que si concurren por separado.

También podemos abordar la cuestión desde un enfoque cualitativo. No se trataría ya de penar en el número de diputados, sino en para qué se quieren esos diputados. En el caso de UPyD la respuesta es nítida: para regenerar la democracia en España.

Cuando se fundó UPyD en 2007, en España no hacía falta otro partido. Lo que se necesitaba (o eso pensaron los fundadores de UPYD) era un partido diferente a los ya existentes. No se creó el partido sólo para hacer otras políticas, sino, sobre todo, para hacer política de una manera completamente diferente a lo que se ha hecho durante estos últimos 35 años.

En UPyD creemos que para regenerar la política hay también que regenerar la sociedad. Las personas que componen los partidos políticos no son marcianos, sino españoles corrientes, con todas sus virtudes y todos sus defectos. En esta situación, el papel de los partidos tiene que ser absolutamente ejemplarizante. Tienen que demostrar con el ejemplo que una democracia sana no puede sobrevivir en un caldo de cultivo de opacidad, de mentiras, de compadreos, y de corrupción. Los partidos no deben ser maquinarias para obtener el poder y ejercerlo en su propio beneficio, sino meros instrumentos al servicio de los ciudadanos.

De ahí la importancia de preservar los principios que inspiraron la fundación de UPyD. Porque lo más valioso de este partido no son sus propuestas programáticas, sino sus valores y sus principios. Por eso debe exigir unos requisitos innegociables a cualquier partido que aspiere a una alianza con esta formación.


Si tenemos media copa de buen vino de crianza, y la rellenamos con vino peleón, es cierto que tendremos una copa entera. Pero ya no será un buen vino. Lo que España necesita no es un grahn partido más, sino un partido completamente distinto. Que sea grande o pequeño, serán los españoles quienes lo tendrán que decidir..