Hace
unos días, Richard Thaler ha obtenido el Premio Nobel de Economía por sus
investigaciones sobre los factores emocionales que impulsan a conductas
irracionales en las decisiones económicas. Si la irracionalidad campea en un
ámbito tan propicio a la cuantificación y la comparación objetivas como es la
Economía, ¿qué podremos decir de otras áreas tan subjetivas como la Política?
Es
imposible convencer con razonamientos a un yihadista dispuesto a activar el
cinturón de explosivos que rodea su cintura de que no es cierto que su acto le
vaya a conducir directamente a un paraíso celestial colmado de placeres para la
eternidad. No es posible razonar contra la fe. No existen razonamientos válidos
contra la superstición.
Es
ilusorio esperar que los secesionistas de Cataluña atiendan a razones. Ni las declaraciones
de los gobiernos europeos, ni los avisos de organizaciones internacionales, ni
la estampida de empresas huyendo de Cataluña, ni las advertencias de las
instituciones del Estado, ni las señales de alarma de los hoteleros o los
vendedores de automóviles, nada, absolutamente nada, puede hacer cambiar de
criterio a las mentes enloquecidas que se disponen a activar una bandera
estelada, por dañinas que puedan ser las consecuencias para ellos mismos.
El
gran reto para el Gobierno y las demás instituciones del Estado no es desactivar
a los dirigentes políticos de Cataluña. Al fin y al cabo, para un político “siempre”
significa “de momento”, y “nunca” quiere decir “ya veremos”. Lo verdaderamente
difícil será conseguir devolver la racionalidad a los que se han creído que la
Abadía de Monserrat puede hacer milagros.
No
existen métodos sencillos para hacer desaparecer el delirio de cientos de miles
de cabezas. Harían falta miles de psicólogos trabajando durante años. Pero se
podría empezar eliminando los principales causantes del enloquecimiento
colectivo: el adoctrinamiento permanente a través de los medios de comunicación
autonómicos y el modelo educativo en vigor en Cataluña.